¿Se puede poner fin al infinito? La pregunta que desafía la ciencia, la filosofía… y tu sentido común.
Imagina esto: estás caminando por un camino que nunca termina. Cada paso que das te lleva más lejos, pero nunca llegas a un final. Ahora, imagina que alguien te dice: “Voy a ponerle fin a ese camino infinito”. ¿Suena imposible? ¿Contradictorio? ¿Fascinante?
¿Se puede, realmente, poner fin al infinito?
La pregunta no es solo para matemáticos
excéntricos o filósofos. Es una interrogante que toca los cimientos de la
ciencia, el universo… y hasta tu propia percepción de la realidad. Y hoy, vamos
a explorarla juntos, sin fórmulas intimidantes, sin tecnicismos innecesarios. Solo
con curiosidad y asombro.
El infinito que no puedes atrapar (ni con guantes)
Empecemos por lo más concreto: las
matemáticas. Allí, el infinito no es un número. No es “el más grande de todos”.
Es una idea: algo que no termina, que no se agota, que siempre puede seguir.
Piensa en los números: 1, 2, 3…
¿cuál es el último? No existe. Siempre puedes sumar uno más. Eso es el infinito
en acción.
Intentar “ponerle fin” al infinito
matemático es como intentar hacer que lo redondo sea cuadrado: si lo logras, ya
no era infinito.
Pero ojo: eso no significa que los
matemáticos se queden de brazos cruzados. Han aprendido a domesticarlo. Hablan de “límites que tienden a
infinito”, de “infinitos contables e incontables”, incluso de “puntos en el
infinito” para cerrar figuras geométricas. Pero son trucos conceptuales. El
infinito sigue ahí, imperturbable, como un horizonte que se aleja cada vez que
te acercas.
¿Y el universo? ¿También es infinito?
Aquí la ciencia se pone seria y
emocionante. ¿Es el espacio infinito? ¿El tiempo? ¿Hay un “final” en alguna
parte?
Los cosmólogos aún no tienen una
respuesta definitiva. Algunos modelos sugieren que el universo podría ser finito, pero sin bordes, como la superficie de una esfera:
puedes caminar y caminar, pero nunca llegas a un “fin”, porque no hay muros.
Otros modelos permiten un universo
realmente infinito, donde las galaxias, los planetas y hasta versiones de ti mismo
se repiten eternamente (¡sí, eso es una teoría real!).
Si el universo es infinito, no puedes
“terminarlo”. Pero si descubres que es finito… ¡entonces nunca fue infinito
para empezar!
Así que, en física, no “pones fin”
al infinito: lo investigas, lo mides, lo cuestionas. Y a veces, simplemente,
descubres que no estaba ahí.
¿Y si el infinito vive en tu mente?
Aquí es donde la cosa se pone
profunda — y personal. ¿Cuántas veces has dicho: “Este dolor es infinito”,
“Esta espera no termina nunca”, ¿“Mi amor por ti es eterno”?
En esos casos, el infinito no es
matemático ni físico: es emocional, psicológico, humano. Y sí, a ese infinito ai se le puede poner fin. Porque no era
realmente infinito: era tu percepción del tiempo, del sufrimiento, del amor.
La filosofía oriental, por ejemplo,
enseña que el sufrimiento infinito termina cuando cambias tu relación con él.
No lo destruyes: lo trasciendes.
A veces, “poner fin al infinito” no significa vencerlo… sino dejar de verlo como una prisión.
Una paradoja para cerrar (o no)
Aquí va una última joya para que
mastiques:
“El infinito terminó ayer… pero nadie
se dio cuenta, porque no había un ‘después’.”
¿Qué significa? Que, si el
infinito realmente terminara, la propia noción de “después” dejaría de tener
sentido. Es una paradoja interesante y te invita a pensar más allá de lo obvio.
Conclusión: el infinito no se termina… se comprende
No puedes apagar el infinito como
una luz. No puedes encerrarlo en una caja. Pero puedes:
* Entenderlo (matemáticas),
* Medirlo (física),
* Trascenderlo (filosofía),
* O simplemente admirarlo (poesía).
Y quizás, eso es lo más hermoso:
que algo tan inalcanzable nos invite a pensar, a preguntar, a maravillarnos.


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