¡Quiero apostar que me voy a morir este año!
- Aló, ¿en qué le puedo ayudar?
- Quería
apostar que yo, Tim Harford, me voy a morir en este año... ¿puedo apostar por
mi muerte?
- No estoy segura, déjeme
preguntar.
(Música)
- Aló, ¿señor Halford? No, no
aceptamos apuestas por la muerte, pues es una apuesta negativa.
Ese era yo, hace casi una década, tratando de jugar por mi vida en una de las principales casas de apuestas británicas, William Hill.
Debían haber aceptado; al fin y al cabo, todavía estoy vivo.
Pero ellos no apuestan con la vida y la muerte, a diferencia de las compañías de seguros.
Legal y
culturalmente hay una distinción clara entre los juegos de azar y los seguros.
Económicamente, es más difícil encontrarla.
En ambos casos se acuerda que una suma de dinero cambiará de manos dependiendo de lo que suceda en el futuro.
Las herramientas del azar, como los dados, datan de hace miles de años y quizás se remontan a Egipto hace 5.000 años.
Es probable que los seguros también sean así de antiguos.
De Babilonia al Mediterráneo
El Código
de Hummurabi -un código legal de Babilonia, en lo que ahora se conoce como
Irak- tiene casi 4.000 años de antigüedad.
Incluye
282 cláusulas dedicadas al tema de "préstamo a la gruesa ventura",
que era un tipo de seguro marítimo empaquetado con un préstamo: un mercader
recibía el dinero para financiar el viaje de un barco, pero si éste naufragaba,
no tenía que pagar el préstamo.
Si
llegaba a puerto, debía pagar el capital y los intereses.
Más o
menos en la misma época, los mercaderes chinos reducían sus riesgos
intercambiando bienes con otros barcos, de manera que, si alguna de las
embarcaciones se hundía, todos perdían un poco.
Pero como
era más eficiente estructurar los seguros como contratos financieros, un par de
milenios más tarde los romanos lo hicieron, con un mercado de seguros marinos
activo.
Más
tarde, ciudades Estado italianas como Génova y Venecia continuaron con la
práctica, desarrollando maneras cada vez más sofisticadas de asegurar los
barcos en el Mediterráneo.
Y llegó la hora del café
En 1687, una cafetería abrió sus
puertas en Tower Street, cerca de los muelles de Londres.
Era un lugar cómodo y espacioso,
así que se volvió muy popular.
Los clientes disfrutaban del
calor de la chimenea, de una taza de café o té y, por supuesto, de los chismes.
Y había mucho de qué chismosear:
Londres había acabado de sufrir la Gran Peste y el Gran Incendio, había visto a
la armada holandesa navegado en el Támesis y una revolución que destronó al
rey.
Pero más que todo, a los clientes
de esta cafetería les gustaba chismosear sobre barcos: cuál estaba navegando de
dónde y con qué carga, y si llegaría a salvo a su destino o no.
Además de chismosear, a les
gustaba apostar. Apostar, por ejemplo, sobre si el almirante John Byng sería
ejecutado por su incompetencia en la batalla naval contra los franceses.
El propietario del café se dio
cuenta de que sus clientes estaban tan sedientos de información para alimentar
sus apuestas y chismes como de café, así que formó una red de informantes y
creó un boletín con información sobre puertos extranjeros, mareas y las idas y
vueltas de los barcos.
Su nombre
era Edward Lloyd.
Apuestas y contratos
Su
boletín informativo se empezó a llamar "la lista de Lloyd's".
En la
cafetería Lloyd's se subastaban barcos y se reunían capitanes navieros a
compartir historias.
Si
alguien quería asegurar un barco, ese era el lugar indicado: el contrato era
redactado y el asegurador firmaba debajo (de ahí el término
"subscriptor").
Pronto, era
difícil distinguir el límite entre las apuestas y los contratos formales de
seguros que se hacían en el café Lloyd's.
Ocho
décadas después de que Lloyd estableció su cafetería, un grupo de aseguradores
que se la pasaban ahí formaron la Sociedad de Lloyd's.
Lloyd's
de Londres pasó a ser uno de los nombres más famosos en la industria de
seguros.
Entre tanto, en los Alpes.
Hubo otra
forma de seguros que no se desarrolló en los puertos sino en las montañas, y
más que capitalismo de casino era capitalismo de comunidad.
Los
campesinos de los Alpes organizaron sociedades de ayuda mutua a principios del
siglo XVI, para cuidarse entre ellos si un niño o una vaca se enfermaba.
Mientras
que los aseguradores de Lloyd's consideraban que el riesgo era algo que se
analizaba y se comercializaba, las sociedades de seguro mutuo de los Alpes
consideraban que el riesgo era algo que se compartía.
Una
visión más sentimental de los seguros, quizás, pero cuando los campesinos
descendieron de las montañas y fueron a Zúrich y Múnich establecieron algunas
de las más grandes compañías de seguros del mundo.
Las
sociedades de ayuda mutua de riesgo compartido son ahora unas de las
organizaciones más grandes y mejor financiados en el planeta; las llamamos
"gobiernos".
De la guerra a la expectativa
Los
gobiernos inicialmente entraron en el negocio de los seguros como una manera de
conseguir dinero, generalmente para financiar alguna guerra o algo similar en
la tormenta política que era la Europa de 1600 y 1700.
En lugar
de vender bonos que pagaban cuotas regulares hasta que expiraban, los gobiernos
ofrecían una renta anual hasta que el que expiraba era el comprador.
Ese
producto era fácil de suministrar y tenía mucha demanda pues eran una forma de
seguro: te resguardaba contra el riesgo de vivir más tiempo que el que
durara tu propio dinero.
Más
tarde, proveer seguros dejó de ser sólo una forma de ganar fondos para los
gobiernos.
Ahora es
considerado como una de sus prioridades para ayudarles a los ciudadanos a
manejar algunos de los más grandes riesgos de la vida: desempleo, enfermedad,
discapacidad y envejecimiento.
Una lástima
En las
economías ricas, los ciudadanos esperan que el gobierno los asegure.
En los
países pobres, los gobiernos no ayudan mucho en casos con riesgos que pueden
alterar vidas, como problemas con cultivos o enfermedades. Y a las aseguradoras
privadas no les interesa mucho tampoco: las ganancias son bajas y los costos
altos.
Eso es una
lástima.
Cada vez
hay más evidencia de que los seguros no sólo proporcionan tranquilidad, sino
que también son un elemento vital de una economía sana.
Un
estudio reciente hecho en el Reino de Lesoto, África, por ejemplo, mostró que
agricultores altamente productivos no se especializaban o expandían por el
temor a las sequías, un riesgo contra el que no se podían asegurar.
Cuando
los investigadores crearon una compañía aseguradora y les empezaron a vender
seguros, los agricultores expandieron sus negocios.
¡Hagan sus apuestas!
Hoy en día, el mercado más grande
de seguros de todos desdibuja los límites entre asegurar y apostar: el mercado
de los derivados financieros.
Los derivados son contratos
financieros que permiten que dos partes apuesten en algo que puede ir desde las
fluctuaciones del tipo de cambio hasta la posibilidad de que una deuda sea
pagada, pasando por el precio de los cereales o el clima.
Pueden ser una forma de
seguro: un exportador se cubre contra un aumento en el tipo de cambio
apostando que subirá; una empresa de cultivo de trigo se protege apostando que
el precio del trigo caerá.
En esos casos, la posibilidad de
comprar derivados les permite especializarse en un mercado en particular. De lo
contrario, tendrían que diversificarse, como lo hacían los chinos hace 4.000
años cuando evitaban poner todos sus bienes en un mismo barco.
Y cuanto más se especializa una
economía, más tiende a producir.
Pero a diferencia del aburridor
seguro de antaño, con los derivados ya no es necesario encontrar a alguien con
un riesgo del que se quiera proteger.
Sólo tienes que encontrar a
alguien que quiera apostar en cualquier evento incierto en cualquier parte del mundo.
Simplemente es cuestión de doblar
la apuesta, o multiplicarla por cien.
A medida que se multiplican las
ganancias, lo único que se necesita es la sed de riesgo.
Antes de la crisis bancaria
internacional de 2007-2008, el valor nominal total de los contratos
de derivados en circulación era mucho más alto que el de la
economía mundial misma.
La economía real se convirtió en
el espectáculo secundario; las apuestas laterales se convirtieron en el evento
principal.
Pero esa historia
que no tuvo un final muy feliz.
- FUENTE: Tim Harford
- BBC, Serie: "50 cosas que hicieron la economía moderna"
- https://www.bbc.com/mundo/noticias-38973945

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